Debajo de mi... tu pelvis parece liberarse del cuerpo y ser autónoma en su accionar. Ni en tiempos de guerra hubo tanto ajetreo que pudiera significar alguna gloria. Tu mirada yace perdida, aislada en algún mundo purgando sus penas, producto de tan maravillosa satisfacción.
De pronto, repentinamente, se manifiesta aquello que se predecía. Y tus ojos dan vuelta buscando el Angulo perfecto para reposar y atentar en mi contra. Usando el arma más poderosa que ningún calibre haya podido jamás igualar, acechas mi piedad, mis ojos se clavan en ti como cual hombre apetecido de descubrir el castigo más sutil de tan malévolo placer.
Ni en libros pudo haberse escrito tan descomunal escena donde la vileza y el regodeo formaron un solo molde para cosechar en su interior la mayor detonación que en nuestro mundo hayamos conocido.
Encima de ti… mis brazos entran en tensión producto de soportar la fricción de una de tus caderas; pervertida, enajenada y disociada de la otra, hacen el esfuerzo por desertarle a tus complejos revelándose y fugándose con sus antojos a cuesta. Podría yo detenerle pero estos brazos, soldados de mis deseos, no escatiman en proseguir sus ordenes, y con gestos de lealtad depravada ceden a los caprichos de este acto.
Saciados… solo el sonido pulcro de un trueno intenta romper el estado de contemplación donde nuestra masa sucumbida ante el ascenso de nuestras entrañas, se amalgama formando tan solo una pieza más de este perímetro conductor del proceso breve de salvación. y es que no podamos evitarlo aunque sabemos que tan pronto descendamos, será esta escena, la prueba concreta para hacernos cumplir nuestra deseada condena.
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