01 julio, 2012

Un hombre que lleva –como una mochila a la espalda– su cultura a cuestas. Un artista al que no se le comprende si no se conocen sus sueños y su procedencia, su misión, compromiso social y, más que su arte, su propia cultura.

Marcel Pinas nació en 1971, en el distrito de Marowijne, Suriname. A la edad de dieciséis años comenzó a tomar clases en el Instituto Nola Hatterman, estrechamente asociado con el Ministerio de Educación y Desarrollo Comunitario. Estudió en la Universidad Anton De Kom (ADEK) y en el Instituto de Formación Docente de Suriname. En 1997 el gobierno de Suriname le concedió una beca para ir a la Universidad Edna Manley de Artes Visuales y Escénicas en Jamaica.

Una vez graduado como Top Student (mejor estudiante) de la Academia de Artes Edna Manley, y al regresar a su natal Paramaribo, Pinas decidió consagrar su vida y su arte al desarrollo y la preservación de su pueblo: la comunidad de los Maroons. Dedicó sus esfuerzos a construir una poética que inicialmente fue rechazada, incluso en su país. Pinas se lanzó al reto de dar a conocer su tradición cultural en el propio Suriname y en el mundo, y se abrió camino en circuitos internacionales que lo promovieron. Su obra, de marcada base étnica, posee un sustrato casi invisible, África como componente esencial. Memoria, historia y sujeto se han imbricado en un artista portador y transmisor de sus tradiciones, de una práctica que necesita ser preservada del mundo globalizado donde la pluralidad ahoga la individualidad de las culturas ancestrales. Es por tanto que el tema universal de la globalización resulta también solapado en su poética y en el mensaje que quiere transmitir.

El proceso artístico de Marcel Pinas no es muy diferente al de un arqueólogo o un antropólogo. Investiga su propia cultura y la memoria de su pueblo. Cobra motivos tradicionales, fragmentos de canoas, los elementos de los rituales, utensilios domésticos, la escritura Afaka característica de los N´Djuka, las telas pangui, la pintura tembé, y los incorpora en sus diseños para darles una segunda vida, para salvarlos del abandono: un llamado a la renovación.

Pinas nos convoca con su llamado. Es este un llamado de alerta contra la extinción y el olvido –la forma más cruel de desaparecer–. Por eso su arte, posee un repertorio simbólico que se ha convertido en un signo visual distintivo único, pero que representa no solo su voz, sino la de toda una colectividad que necesita ser escuchada, conocida, para no perderse como un eco en el vacío histórico, sino quedar asentada en la memoria desde el arte.

El legado cultural de la comunidad N´dyuka de Suriname, también conocida como Aucaners, es la fuente de inspiración y el motivo pictórico principal de sus trabajos. «Mi arte se basa en experiencias del pasado», asegura el artista, que añade que su obra pretende salvaguardar de la destrucción la cultura N´dyuka, de la cual él es descendiente. El artista transmite un mensaje claro a través de su arte: Kibri un kulturu, y aún más profundamente, kibri wi Koni.

Preservar la cultura y preservar el conocimiento; de aquí se deslinda cómo la cultura y el conocimiento de los cimarrones son el corazón latente de todas las creaciones y esfuerzos de Marcel Pinas. Espera elevar la conciencia entre los cimarrones compañeros, entre la comunidad de Suriname y de todo el mundo sobre el importante papel que juega la apreciación cultural –un cierto sentido de lo que es tuyo– en la conformación de la identidad personal de cada individuo. Está determinado a hacer de su arte, y del arte en general, algo asequible a todo el público surinamés. Esta voluntad proviene de una realidad: los museos y las galerías en Suriname no son visitados por la mayoría de la población, y el acceso a la cultura y la educación es un problema que afrontan no solo los Maroons, sino la gran mayoría de la sociedad surinamesa. Marcel ha empleado mucho tiempo en construir instalaciones de arte en lugares públicos de Suriname. Sus obras pueden ser encontradas en algunas ubicaciones de Paramarimbo (ciudad capital) y el distrito de Marowijne. Cada instalación rinde tributo a la herencia, a la tradición cimarrona y a su mensaje de preservar la valiosa cultura de sus antepasados.

Moviéndose por entre su excolonia holandesa, Suriname, por el circuito del Caribe anglófono, París, Alemania, Estados Unidos, y parte de Latinoamérica, Se presentó por segunda vez a en la bienal de La Habana 2012. Siendo esta la primera vez que Marcel exponía en una bienal una obra personal (había concurrido en proyectos colectivos o mega exposiciones como Latitudes). Para difundir su mensaje, Pinas expresamente eligió a la gente para su arte: «Empecé como pintor, pero llegar a mi destino no es tan fácil. Quiero que la gente esté en movimiento, suena entusiasta». Pinas cambió el pincel como herramienta y comenzó a hacer instalaciones. Por lo tanto, dominan 10.000 cucharas, flotantes, con finos hilos de nylon atados a una reja metálica, ubicada a la mitad de la sala. Cada una está grabada por estudiantes, tanto de la ciudad como del interior. Una proyección de vídeo muestra cómo los niños aprenden a manejar el grabador. «Mis proyectos les dan algo que aprender, quiero mostrar que el arte puede hacer mucho más que simplemente “bonito”. Puede, incluso, contribuir a la prevención del delito. Ofrece puntos de vista y trae a un país el desarrollo».

Cucharas y otros utensilios adquieren no sólo un papel importante en los hogares maroons –siempre impecablemente limpios y brillantes– y prominentemente exhibidos en el tradicional kukuu (la cocina). En este trabajo las cucharas son grabadas con un signo de la antigua Afaka. Si una brisa suave mueve el conjunto, el tintineo será el símbolo de la población cimarrona, de la cultura y los conocimientos tradicionales que necesitan escucharse por generaciones futuras. Para Pinas, sólo así la cultura puede ser preservada.















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