06 marzo, 2012

René Alphonse van den Berghe, conocido como Erik el Belga, fue uno de los más prolíficos ladrones de arte de Europa en el siglo XX.


No siempre se dedicó al arte. En sus comienzos, no iban por ahí los tiros. A la tierna edad de 12 años, 'Erik el Belga' no robaba cuadros ni retablos góticos, qué va. René Alphonse Ghislain Vanden Bergue - como le llamaban en el colegio - era traficante de armas. Con la ayuda de su hermano Marcel, se dedicaba a revender 'mauseres' alemanes y cajas de cartuchos en el mercado negro. Tanto le daba que las armas fueran de un bando o de otro. Corría el año 1952, todavía coleaba la posguerra en Bélgica, y había que buscarse la vida. En eso, siempre ha sido un experto.
René sonríe cuando recuerda sus primeras fechorías. En aquella época los amigos y la familia ya le apodaban 'Erik'. Lo de 'El Belga ' vino mucho tiempo después, cuando no dudó en perpetrar centenares de robos por toda Europa vaciando las iglesias románicas y góticas. Qué tiempos. Desde hace 30 años vive retirado en Málaga, «al sol, con cervezas y tapas».
Ahora le da por pintar y tiene más pedidos que trabajos realizados. Se ha convertido en uno de los mayores expertos en arte románico y gótico y ha invertido el último año en preparar su biografía junto a su séptima mujer. 'Por amor al arte' (ed. Planeta) repasa, de forma novelada, las peripecias de este peculiar personaje. O mejor dicho, las aventuras que él ha querido contar. «Lo que callo llenaría otro libro de 700 páginas. Hay cosas que no se podrán contar nunca», suelta risueño y con un acento que fluctúa entre el francés, el flamenco, el andaluz y algún deje extraño. Se ríe cuando le acusan de cometer unos 600 robos en España. «Eso equivale casi a uno por semana. ¡Imposible! La Policía se coloca medallas achacándome robos que yo no he cometido...», aclara con rotundidad y cierta coquetería.
No obstante, sí reconoce que en la España franquista era muy fácil robar antigüedades de todo tipo. El principal suministrador de obras era la propia Iglesia. «Con Franco se podía hacer lo que quería. El clero vendió miles de obras de arte. Algunos dicen que hasta 15.000. Había de todo», confiesa sin tapujos. Tal como recuerda, todos los estamentos eclesiásticos estaban metidos en el fregado. Y le sobran jugosísimas anécdotas para confirmarlo: en cierta ocasión, un obispo esperó 24 horas para denunciar un robo porque así se aseguraba la salida de la obra de España y, encima, cobraba por el favor. Erik 'dixit'.
Genio y figura, este hombre no ha cambiado en lo esencial. No ha perdido la curiosidad ni los reflejos que le llevaron a cometer su primer hurto a los siete años, cuando le birló a su madre una rosa negra, un ejemplar rarísimo que la buena mujer había creado mediante injertos y experimentos. Ahora, que ha dejado la afición de apropiarse de lo ajeno, dice que sigue «con envidia» la pista de robos recientes como el de un 'picasso' en Atenas. Se ríe cuando se le sugiere si es un golpe maestro. «Es perfecto porque hubo complicidad desde dentro. Si no, es imposible», recalca.
Eso mismo ocurrió en la casa de Esther Koplowitz, de donde desaparecieron nada menos que 17 lienzos. «¡Los recuperé en diez minutos!», asegura con un orgullo que no le cabe en el pecho. Parece ser que la Policía le pidió su opinión como experto. 'El Belga' rastreó la vivienda de arriba a abajo y, sin darle demasiadas vueltas, dijo que había un 'topo' en la vivienda. ¡Acertó de pleno! Al final, se descubrió que la paliza que había recibido el guardia de la residencia había sido simulada. El tipo era uno de los cerebros de la operación. En fin, una vez más, no hay nada como la voz de la experiencia. 'Erik el Belga' se apuntó otro tanto.

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