© Santiago Pol (R. B. de Venezuela) |
Tenemos un asunto mal resuelto de aceptación, difusión y reconocimiento internacional de nuestros trabajos, ideas y profesionalismo. Nuestro conformismo en relación a ello está atado a nuestra manera de actuar y pensar, y ha sido cultivado, desde los tiempos de la colonización religiosa y política de nuestros territorios, con la “culpa cristiana” pasando de generación en generación. Además, sufrimos la tradicional falta de oportunidades que los medios del Primer Mundo insisten en no concedernos. No hay espacio en las noticias internacionales para nada que no sean nuestras tragedias o escándalos. Allí sí podemos vernos publicados, casi siempre de manera concienzudamente errónea o exagerada.
Fabian Muñoz Díaz (Cuba) |
Las denominaciones “países del Primer Mundo” y “países del Tercer Mundo” siempre me parecieron definiciones estereotipadas y creadas por los propios países del Primer Mundo, para autovalorarse, algo que hacen muy bien. Veamos: No existen “países del Segundo Mundo”, pues se salta directamente del Primer Mundo al Tercer Mundo, sin escalas. Este padrón bastante inferior de jerarquía con que fuimos clasificados les da a ellos la euforia inmediata de la superioridad: “¡Somos incontestablemente el Primer Mundo!” Para que este concepto quede claro, el mismo criterio de definición, y consecuentemente de interiorización,sucede con el término “sexo frágil”, comúnmente aplicado a las mujeres. Es evidente que éste no fue una expresión creada por una mujer, sino por un hombre.
Toda mujer sabe la fuerza y la dureza que se necesita para ser, justamente, una mujer. Cualquier “ser frágil”
Jorge Alderete (México) |
sucumbiría en minutos a las exigencias de ese cargo, por pequeña que fuesen tales exigencias: una tensión
premenstrual, una menstruación en sí, la necesidad de una visita regular al ginecólogo, un asedio masculino casi siempre desagradable e intermitente al caminar en las calles, para no citar los cuidados, incomodidades y medidas necesarias para embarazo o un parto. O sea, ningún hombre aguantaría ni siquiera por cinco minutos la incomodidad de la simple y biológica menstruación. Conscientes de la fuerza de la mujer, los hombres introdujeron el “sexo frágil” para, precisamente, disminuir y menospreciar a sus pares femeninos y darse, a sí mismos, la falsa impresión de superioridad.