He comenzado a tener cierta necesidad de complacer tus exigencias pasajeras, quizás por imaginar que puede haber en ti algún deseo de reciprocidad y pueda yo saciar las mías.
Imaginarme como una cosa, o algún objeto al que solo pretendes poseer para explotarlo a tal extremo. Y excederte con cada poro de unas murallas erguidas y resbalosas que protegen tu severa y antipática boca.
Y con la enorme carencia de verdaderos argumentos para justificar tales antojos, aguardas sigilosa a la expectativa de cualquier error que cometa para frenarme con tus soplos.
Y divago entre miradas, acciones e ideas, entre el palpito de tu taconear riguroso y concreto como tambores redoblantes, víctimas de las ondas que atraviesan mis oídos y que anuncian un desfile de guerra, ceremonia de batalla, una circunstancia violenta, proyectada como si brotara de tus retinas y se sumergiera en mis vellos.
Y mis lunares molestos parecieran ser huellas de aquel estruendo, de aquellas suelas. Impregnadas, marcadas, hundidas superficialmente sobre mi holgado cuerpo.